Las fiestas de fin de año en la Europa
rica, y en el norte el general, reflejan la miseria de la voluntad y de la
inteligencia de las sociedades súper ilustradas. En estas fechas, con mayor
naturalidad, las sociedades cultas liberan su frenético instinto de consumo
inmoral, para hacer de este vicio una virtud colectiva casi obligatoria.
Hasta cartas románticas nos envían las
entidades financieras para que ayudemos a salir de la crisis económica
comprando más. ¿Ayudemos a quién? Si los dueños y ministros de la religión del
libre mercado nunca pierden. ¿Querrán que terminemos de consumir nuestro futuro
con más deudas? Porque nuestro presente hace rato lo hemos despilfarrado.
Cuantos tuvimos la suerte de conocer en
carne propia la dureza del empobrecimiento y las carencias cotidianas,
contemplamos pasmados las interminables procesiones de tumultos de consumidores
segados y embriagados por el deseo del consumo en el nido que en otros tiempos
se encubó la modernidad. Cadenas de tiendas comerciales repletas de
compradores, quienes tarjetas de crédito en mano hacen largas colas para
atrapar objetos suntuosos que minutos más tarde terminan en los contenedores de
basura, porque espacios para guardarlos es lo que menos tienen en sus casas.
En estas fiestas se come casi por
inercia instintiva. Se cocina en sobreabundancia para saciar a los insaciables
contenedores de basura. En España, a partir de la fiesta de Reyes (6 de enero),
los gimnasios se constituyen en los nuevos lugares de culto para quitar el
sobrepeso a los romanos posmodernos. Sí. La gula en las sociedades posmodernas
es casi al estilo romano. Sólo que en lugar de auto provocarse vómitos van al
gimnasio o se someten a dietas rígidas.
Millones de euros provenientes del
erario público se despilfarran en cada cabalgata de los Reyes Magos en Madrid.
Reyes que nunca llegan a los verdaderos pesebres en los que el Niño Dios nace
para morir antes de pasar la Noche Buena.
Mientras esto ocurre en el norte rico,
en el sur empobrecido la gente muere de hambre. Millones de niños se acuestan
en las diferentes noches buenas con el estómago carcomido por el hambre y la
miseria. Millones de padres de familia sufren en silencio la Noche Buena porque
no tienen para vestir, alimentar y educar a sus hijos. La impotencia entumece
sus almas al ver el destino adverso de la miseria de sus descendientes.
Frente a esta situación, cuantos aún
creemos en la razón y en la voluntad como cualidades principales del ser humano
deberíamos ser autocríticos con nosotros mismos, cultivarnos en la mística del
consumo responsable y testimoniar la sobriedad como un estilo de vida
sostenible frente a la evidente insostenibilidad del consumismo suicida.
Cuantos confesamos ser cristianos
deberíamos liberar la fe cristiana de la religión del libre mercado. Suficiente
con que la ética del protestantismo, en palabras de Weber, haya coadyuvado al
espíritu del capitalismo, pero ahora este sistema destructor se ha apoderado de
los símbolos, fiestas y de las instituciones cristianas para resurgir de sus
contradicciones irremediables. En los lugares donde más villancicos y frases
sobre el “nacimiento del Dios con nosotros” se repiten, no son en los templos
vacíos o envejecidos de las iglesias, sino en los imponentes templos del libre
mercado: los supermercados y cadenas de tiendas. Allí la teología de la
prosperidad activa la “mística” del consumismo hasta en los cristianos más
austeros.
Es tiempo de atrevernos a revisar
nuestras propias opciones fundamentales y actuar en consecuencia. Después de
todo, la religión del libre mercado subsiste porque existimos quienes,
atrapados por el proselitismo de los medios de “comunicación” masiva, hemos
vendido nuestras almas a la pasión ciega del consumo irresponsable. Si sólo
pudiéramos recobrar nuestra fuerza de voluntad para decidir con responsabilidad
lo necesario para consumir, nuestro presente y nuestro futuro serían distintos.
Si las noticias sobre el hambre y la inmoral distribución de los bienes del
planeta dejarán de ser meras mercancías comerciales y se convirtieran en una
interpelación a nuestras opciones y estilos de vida, el mundo dejaría de ser lo
que es para ser lo que siempre debió ser. ¡Si tan sólo dejáramos de ser
consumidores teledirigidos para ser cada día más ciudadanos responsables …!
Jubenal Quispe es periodista quechua
boliviano.
REFERENCIA http://alainet.org/active/28266&lang=es
No hay comentarios:
Publicar un comentario